4. EN EL FILO: EXPECTATIVAS DE SUPERVIVENCIA

Durante el trayecto en la ambulancia que me rescató de la Unidad de Cuidados Intensivos donde estuve los últimos días agónicos, las estadísticas apuntaban contra mí y, de alguna extraña manera, fui acompañada no solo por quienes me conocían personalmente o se solidarizaban conmigo sino también junto a todos aquellos afrontando en ese mismo instante una tragedia más habitual de lo que imaginamos.

Fotografía de Altrendo

El tipo de hemorragia que padecía también se conoce bajo el nombre de subaracnoidea y, según el New England Journal of Medicine en su publicación de Enero del 2006, presenta una tasa de mortalidad de 51% a cuyo drama se le suma que un tercio de los sobrevivientes, por lo general, quedan con algún nivel de discapacidad y necesitan cuidados el resto de sus vidas. Dos sangrados solo empeoraban aún más las cosas. Para el libro Anales de la Real Academia Nacional de Medicina de España: “[las Malformaciones Arteriovenosas tienen un] (…) riesgo de hemorragia (…) de un 2-3% anual, acumulable. Es decir, una persona joven, con una larga expectativa de vida, tiene un riesgo muy alto, que puede llegar al 80-90%.” (Página 475) Tarde o temprano era posible que  igual me hubiera ocurrido, pero afrontarlo joven tuvo sus ventajas.

Caso de ACV por MAV rota en Argentina

Solo una operación a cráneo abierto podía empezar a esclarecer si sobreviviría al “pronóstico reservado” adjudicado. La considerable profundidad de mi malformación había imposibilitado la aplicación del procedimiento médico alternativo conocido como embolización, que  el texto de la Real Academia también describe.

“Por embolizar, se entiende la repleción del saco del aneurisma por vía endovascular. Se introducen una serie de pequeñas espirales de platino o <<coils>>, que se desprenden por electrolisis, una vez que el catéter portador se encuentra dentro del saco. Por intervención, se quiere decir que el cuello del aneurisma se ocluye mediante un clip de titanio. En ambos casos se deja libre la luz de arteria donde está localizado el aneurisma”. (Páginas 470-471)

Si bien los autores no terminan por resolver cuál es el mejor procedimiento  (embolización u operación), exponen que la ventaja principal de operar es conseguir extirpar totalmente el problema, en comparación con la embolización (restringida a contenerlo manteniendo el riesgo de una repetición). Por lo general, éste es el tratamiento preferido ya que le evita el trauma al paciente de pasar por una cirugía mayor; sin embargo, al final el método a emplear dependerá en gran medida del caso en particular y la evaluación de riesgos.

Fotografía de Adrian Hancu

Cuando arribé al Hospital FAP, mi nuevo neurocirujano, el reconocido Dr. Carlos Zapater, estuvo esperando para conducirme a la sala de operaciones y practicarme la intervención de emergencia que sería definitoria. Mi papá firmó los documentos de consentimiento ante la necesidad apremiante de tratarme y sabiendo que era la última oportunidad. En solo unos minutos fui conducida a preparación, mientras los más allegados esperaron juntos por el resultado. Nadie sabía qué sucedería, pero había esperanza y, tras dos horas en sala, una llamada anunció que la operación  había concluido con éxito. Entonces, familia y amigos recién celebraron aún tensos por las secuelas desconocidas que no se podría prever hasta mi despertar. En paralelo, yo había estado viviendo en un mundo sombrío inducido por el coma, perseguida por sueños que acabaron recién un día después, cuando abrí los ojos…