3. RUTA ANTE LA CRISIS
Los
médicos concuerdan en la importancia de la atención a pacientes de Accidentes
Cerebrovasculares dentro de las primeras horas pues, como señala un artículo de
la web Salud y Síntomas,
nuestro “(…) cráneo es una caja cerrada que no tiene capacidad de expandirse.
Cuando hay hemorragias grandes, la sangre se escapa hacia el cerebro formando
hematomas (…). Esta compresión del cerebro contribuye aún más a la lesión de
las neuronas y al riesgo de muerte”. Recordemos que, para el momento de la
detección de mi hemorragia cerebral, llevaba
un día y dos noches enteras sin cuidados médicos debido a la primera evaluación errada, problema al cual se le sumó la
imposibilidad del hospital ambulatorio donde fui diagnosticada para hacerse
cargo de mí.
Fotografía de Comstock |
<<¿Qué
hacer?>>
<<¿Qué
esperar?>>
<<¿A
dónde ir?>>
Estas fueron algunas de las preguntas que nadie supo cómo responder en medio de la desinformación usual alrededor de
la enfermedad. Tal vez si mis preocupados padres hubieran conocido aquello que busco compartir con ustedes, la recomendación
hecha por el técnico que me practicó la tomografía no hubiera sido escuchada,
tal vez habría terminado siendo conducida a un establecimiento más propicio que el hospicio en el que casi fui sepultada ante el horror de mis padres,
familia y amigos.
“Te llevamos
semiinconsciente. Ibas acostada en el asiento trasero y tu papá manejaba despacio, pero el tránsito
era insoportable.”
La
premura con la que fue asumida la emergencia obligó a mis preocupados padres a trasladarme como
pudieron –en lugar de utilizar una ambulancia– al lugar que supuestamente
podría brindarme una esperanza de sobrevivir. Desafortunadamente, la
experiencia de todos los que acompañaron mi estancia en aquel sitio distó de
ser la prometida por el respaldo del Ministerio de Salud. Fueron, en total, nueve
días de agonía sumida en el sueño intranquilo de los narcóticos.
Fotografía de Thomas Müller |
“Nunca vimos que
algún paciente saliera bien de allí en todo el tiempo que estuvimos contigo.”
Mi
mamá usa estas palabras siempre que hace referencia a la entidad peruana supuestamente
especializada en el tema: el Instituto
Nacional de Ciencias Neurológicas, también conocido como Santo Toribio
de Mogrovejo. Ingresé directamente a su unidad de Emergencias, me proveyeron de
medicamentos para estabilizarme y, al final de ese tercer día, fui brutalmente
transportada –el camino estaba repleto de baches que hacían tambalear la
camilla, obligando a mis familiares a prácticamente llevarla en brazos– a un
cuarto compartido donde me abandonó el personal médico. Recién a la mañana
siguiente uno de ellos se percató de que debía estar en Cuidados Intensivos
(UCI) y volvieron a movilizarme para esperar la misma reabsorción imposible.
“Los doctores no
hablaban con nosotros ni dejaban que te viéramos. Solo pedían medicinas y que
lleváramos tu sangre para hacerla analizar en otro hospital. Esos días fueron
años.”
Aún
bajo el cargo del Mogrovejo, fui llevada con sumo cuidado al Instituto
de Radiología Intervencionista Brazzini para que me hicieran una Panangiografía.
El procedimiento consistía en la introducción de un catéter a través de la
pierna para hacerlo llegar a cerebro y derramar en él líquido que permitiera apreciar características de la
lesión. Lamentablemente, al día siguiente tuve una segunda
hemorragia y se me indujo al coma.
“Ya nos habían
advertido que otro sangrado sería fulminante.”
Fotografía de Justin Oullette |
De
haber seguido el consejo de los médicos encargados ahora estaría muerta. Tras
el nuevo suceso ellos me desahuciaron y pidieron a mis padres que buscaran
otros especialistas porque no había nada más que pudieran hacer. Así que, a
partir de entonces, familia y amigos –un apoyo incansable en todo momento– se
movilizaron para buscar profesionales que les dieran alguna salida. Lograron
contactarse con el Dr. Aldo Berti ,
eminencia en neurocirugía que realiza operaciones entre Lima y Miami. Mi mamá lo
visitó en su consultorio de San Borja para alcanzarle unas placas pidiéndole
que las revisara. Él la atendió con amabilidad, pero al ver las impresiones de la
hemorragia llamó casi inmediatamente al Dr. Alberto Trelles,
otro neurocirujano con el cual acostumbra trabajar, quien también se hizo
presente. La abrupta exclamación de incredulidad realizada por éste último al
contemplar aquellas, conmocionó a mi madre que escuchó por casualidad.
“¿Cuántos años tiene? ¡Cómo! ¿En qué lugar está? ¡Cómo es
posible! ¡Esos del Mogrovejo nunca hacen nada! ¡Ya se les ha advertido que se
comuniquen con nosotros! Esta niña necesita una operación inmediata de
emergencia o se muere. Y si se le opera quedará hemipléjica...”
Tras
el estallido enfurecido del médico ante la negligencia de sus colegas, él se percató
del lejano llanto de mi mamá y le pidió ir a otra habitación para que fuera
tranquilizada. Luego, le informaron a ella que el Dr. Trelles estaba dispuesto
a operarme en el Hospital Carrión, pero que debía ser recién el siguiente
martes cuando atendía –era jueves. Acongojada, regresó al Mogrovejo, decidió
junto a mi papá sacarme y ambos pagaron una ambulancia sin saber aún a dónde me
llevarían.
Fotografía de Jeff Spielman |
“Me sentí
desfallecer. Fue el día más gris de mi vida. El día que uno cree que está
soñando y quiere despertar.”
Esa
noche sus esperanzas empezaron a esfumarse y sintieron que hubo un quiebre. La
mañana siguiente mi papá viajó hasta el Hospital Carrión para intentar
conseguir una cama, pero no obtuvo un resultado positivo. Afortunadamente, en
paralelo la mamá de una de mis mejores amigas llamó a la mía –ambas apoyaron
durante todo el proceso– para informarle que había hecho una gestión que permitiría
mi admisión en el Hospital Central de la Fuerza
Aérea. Ese fue el primer rayo de esperanza.
No pude controlar la emoción al leer tu narración, intento ponerme en tu lugar o el lugar tus padres y me es tan difícil de conseguir, puesto que tengo dos hijos y uno de ellos tiene tu edad. La información que brindas es importantísimo, por lo pronto ya sé lo que debería hacer en caso ocurriera algún familiar o amigo.
ResponderEliminarAna
Hay que confiar en los médicos, hasta cierto punto. Pero, sobretodo, hay que tener mayor conocimiento de las enfermedades graves, sus síntomas y detalles reveladores, para tomar acción en caso sea necesario, aunque sea en contradicción con el dictamen médico. Errar es humano? A usar el sentido común. Cuidemos nuestra vida.
ResponderEliminarLos médicos son nuestros aliados durante el proceso de superar una enfermedad, pero los pacientes también debemos de estar informados para poder explicar bien nuestros síntomas, orientar a los responsables de Emergencias (que no necesariamente son especialistas en el campo de la afección) y reconocer cuando no se nos está brindando una solución. Tengan presente que éste artículo busca exponer cómo ocurrieron las cosas en mi caso, no generalizar.
EliminarLa atención en los hospitales de salud y del seguro social es precaria, sobretodo la indolencia se apodera de médicos, enfermeras y hasta administrativos. La realidad es más dura aún cuando los pacientes o sus familiares no cuentan con recursos económicos para afrontar una enorme lista de medicamentos. Asimismo, se enfrentan a una extraña terminología que no les dice nada, solo saben que su paciente está enfermo y que su vida peligra.
ResponderEliminarPor ello, en cualquier carrera u ofcio que cada uno de nostros se desempeñe, no debemos permitir que nuestro corazón se endurezca y la insensibilidad predomine.
Que frágiles y temporales somos! Uno nunca sabe que nos deparará la vida. Parece una pesadilla terrible. Como si la luz del día se eclipsara de un momento a otro y el frío y la oscuridad avanzaran sin piedad, calando en lo más hondo de nuestro espíritu. Solo Dios puede consolarnos en esos instantes:
ResponderEliminarSalmos 23:4, "Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo: Tu vara y tu cayado me infundirán aliento....."
Eres increible, te quiero mucho.
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